por Georgina Lizet
Si bien algunas palabras como podría sugerir el título de este fascículo, permanecen fuera de la entrevista que María Villatoro sostiene consigo misma (cambios -abruptos al parecer- de persona, número y tiempo), generan en Fuera de Interviú un movimiento de voces anacrónicas: rugidos, bramidos, crocitares y aullidos atemporales frente al espejo.
Con hilares reflexivos que anhelan tejer la existencia expresada en el largo aliento de su propia voz, Villatoro nos remite a un eco de este tiempo verbal, simultáneo, extenso y apresurado: el destiempo de una torre en ciernes que lo va desbordando todo.
En esta explosión de palabras, la "animalidad" del corazón entrega su sangre a destajo, sin miramiento de entrañas expuestas. La entrega por amor y ausencia la nace de haber tocado la muerte y la comparte fielmente, sin alterar su libre flujo.
Villatoro eleva sus emociones al punto de nombrarlas poesía, aunque bien sabe, que la poesía está en la vida, y que nosotros, -simples mortales- sólo podemos llegar a ser un canal; que el único acto que se le puede entregar a los días, es uno, que si tuviera nombre, podría llamarse: el vivir ilimitado. El amor, puente tan largo, lugar sin rumbo, es, para este trote desbocado en el proceso creativo de María Villatoro, motivo de arranque y fuga; el ritmo voluptuoso de su búsqueda tangible, en una soledad asumida pero no aceptada, o visceversa.
María, torrente en el viento, toma el instante a trago de garganta voráz para cada día y así lo entrega, gritando en el mismo bar taciturno de sus horas revueltas. Si así pues, tomáramos ese instante, que se derrama por los agujeros de nuestras manos -igual que la ausencia- tal como fue vertido -a bocajarro en pecho-, entonces, podría surgir algún suspiro regio; una voz desgarrada; el bufar de algún toro que se hiciera presente en nuestro cuerpo, desde los adentros de María.
En esta explosión de palabras, la "animalidad" del corazón entrega su sangre a destajo, sin miramiento de entrañas expuestas. La entrega por amor y ausencia la nace de haber tocado la muerte y la comparte fielmente, sin alterar su libre flujo.
Villatoro eleva sus emociones al punto de nombrarlas poesía, aunque bien sabe, que la poesía está en la vida, y que nosotros, -simples mortales- sólo podemos llegar a ser un canal; que el único acto que se le puede entregar a los días, es uno, que si tuviera nombre, podría llamarse: el vivir ilimitado. El amor, puente tan largo, lugar sin rumbo, es, para este trote desbocado en el proceso creativo de María Villatoro, motivo de arranque y fuga; el ritmo voluptuoso de su búsqueda tangible, en una soledad asumida pero no aceptada, o visceversa.
María, torrente en el viento, toma el instante a trago de garganta voráz para cada día y así lo entrega, gritando en el mismo bar taciturno de sus horas revueltas. Si así pues, tomáramos ese instante, que se derrama por los agujeros de nuestras manos -igual que la ausencia- tal como fue vertido -a bocajarro en pecho-, entonces, podría surgir algún suspiro regio; una voz desgarrada; el bufar de algún toro que se hiciera presente en nuestro cuerpo, desde los adentros de María.
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